jueves, 27 de abril de 2017

Los filósofos desconocidos del Anáhuac, adoradores del dios ignoto


Es una creencia muy extendida que la filosofía es una disciplina ajena a las tradiciones latinoamericanas. Cuando pensamos en filósofos, nos es muy difícil mencionar siquiera uno que no sea europeo, judío o árabe. Ampliando un poco el concepto de filosofía, a veces abarcamos a pensadores hindúes persas o chinos. Pero los filósofos latinoamericanos no están muy a la mano en nuestra memoria. Y si se trata de mencionar filósofos prehispánicos, ni hablar, no se nos ocurre uno solo.
Culpemos de ello a nuestra educación eurocéntrica, y a un concepto muy limitado de la filosofía. Creemos que la filosofía es una actividad que involucra sólo sesudos razonamientos, lógica impecable, silogismos, premisas, etc. Seguimos, en suma, el sendero delimitado hace miles de años por Parménides y Aristóteles; somos incapaces de superar esos paradigmas.
Es necesario revisar nuestras creencias. la lógica formal, aristotélica, el razonamiento lineal, no es la única manera de pensar. Cuando un pensamiento que escapa a los cánones escolásticos nos impresiona vivamente, concluimos que es una bella poesía, una creación literaria; a lo sumo teología, mito o leyenda.
Estamos desaprovechando la profunda sabiduría de los pensadores indígenas prehispánicos. los chilames mayas, los tlamatini nahuas, incluso el rey poeta, Nezahualcóyotl.
Para los sabios de lengua náhuatl , ajenos a las creencias groseras de las masas, la sabiduría era una joya muy valiosa. Los conceptos cosmogónicos que desarrollaron son tan complejos y brillantes que se equiparan, y a veces superan, a las conclusiones a las que han llegado culturas como la hindú, la sumeria, la china, y con más razón la griega y la romana. Sus enseñanzas van mucho más allá de creencias contemporáneas como el cristianismo y demás religiones abrahámicas.
Sólo algunos aspectos de la Gnosis arcaica podrían equipararse con la cosmogonía más elevada de los filósofos de habla náhuatl, pero sin la misma belleza expresiva.

Cuando los españoles, nación entonces joven y ansiosa de conquistas, llegaron a América, la larga investigación de las élites azteca y maya tocaba a su fin. No necesitaban más tiempo, en su búsqueda de la verdad llegaron hasta lo más profundo que le ha sido dado a la humanidad acceder.
Para los sabios de Texcoco y los señoríos aztecas, por encima de todos los dioses del pueblo, se elevaba Ipalnemohuani -aquél por quien vivimos-.
Otros preferían hablar de Tloque Nahuaque, señor del cerca y del lejos. Y lo mejor es que estos dioses no necesitaban sacrificios humanos.
La dualidad, la lucha eterna del bien y el mal era para tlamatinimes y chilames una ilusión. En realidad los opuestos, Omecíhuatl y Ometecuhtli, no se odian, se aman y se complementan, se fusionan y juntos son Ometéotl. Para muchos sabios esta es la cumbre del conocimiento, Nadie ha ido más allá, fuera de algunas sectas gnósticas prácticamente desconocidas.
Los tlamatinime fueron mucho más audaces, y fueron más allá: Ometéotl no es el final del camino, más allá de Él, más allá de la síntesis, más allá del Todo, está el mundo incomprensible de Huehuetéotl, el dios del fuego, el dios viejo; una entidad espiritual. De su mundo sólo podemos saber que es el origen de cuanto existe y de cuanto no existe. Huehuetéotl resulta algo absolutamente incognoscible para la mente humana.
Algo se movió en ese momento, tanta sabiduría no estaba permitida a la especie humana.
Entonces llegó la gran invasión de las naciones de ultramar. Ellos destruyeron cuanto pudieron, mataron a los sacerdotes, a los tlamatinime y chilames que no se mostraron sumisos, destruyeron en horas información invaluable cifrada en jeroglíficos y códices, cuya elaboración tomó milenios.
Nos dejaron en cambio, una colección de creencias básicas, los mitos y las mentiras de siempre, vestidos con ropajes nuevos.
Y es que el conocimiento y la libertad asustan a los dioses.